¡Para quitarnos el sueño es esta historia tradicional de la mitología asturiana!
Se trata de la historia conocida como la mujer del castillo y va destinada a todos aquellos curiosos, que en muchas ocasiones, quizás no deberían serlo tanto.
La leyenda
La historia gira en torno a una vecina que vivía tranquilamente en la casería de Otariz, de la parroquia de Lineres, ubicada en el concelo de San Martín del Rey Aurelio.
La mujer solía madrugar, sin embargo, un día lo hizo más de la cuenta, el motivo es que quería ir a misa, pero su casa se encontraba algo alejada de la iglesia.
Nada raro por el momento.
Se levantó, y se dispuso a salir bien temprano, de hecho, aún no había amanecido y la noche se había presentado cerrado, por lo tanto, había poca visibilidad.
Siguiendo el camino que le resultaba familiar, ya que era el que tomaba en otras ocasiones cuando iba a misa, no observó nada raro.
Estaba tranquilo, como era costumbre.
Llego a la fuente, en la que solía hacer un pequeño parón para tomar un trago de agua y seguir con la caminata.
Había tiempo, así podía parar unos minutos y volver a emprender el paso.
Mientras bebía agua del a fuente, escuchó un ruido, lo cual la extraño.
No por el sonido en sí, que reconocía perfectamente, era como si alguien con un rastrillo estuviera amontonando hojas que había caído de los árboles.
Sino porque se preguntaba, y con razón ¿Quién iba a estar recogiendo hojas con un rastrillo a esas horas si apenas había visibilidad para hacerlo?
En un primero momento no le dio importancia, y pensó en seguir su camino, no fuera a echársele el tiempo encima.
Sin embargo, volvió a escuchar el sonido, la curiosidad fue creciendo hasta el punto que necesitaba saciarla, y necesita ver qué estaba pasando.
El final de la leyenda
Quizás lo más inteligente, era seguir con su caminata, y en el fondo la mujer lo sabía.
Pero dejando de lado la lógica, decidió subirse a una roca para tener mejor perspectiva y vislumbrar de donde venía el ruido.
Efectivamente, en las alturas se veía mejor.
En un primer momento vio un bulto que se movía sin parar de un lado a otro, y como sospechaba estaban recogiendo las hojas caídas y amontonándolas en una zona.
Le extrañó la rapidez con la que el bulto se movía, como si la vida le fuera en ello.
Decidió movida por la curiosidad, acercarse a ver qué era ese bulto, así que se escondió detrás de un castaño.
Ahí comprobó que se trataba de una mujer con un rastrillo recogiendo las hojas caídas de los árboles.
Entonces, ella que era muy parlanchina, le grito a la mujer, ¿Qué hacía a esas horas recogiendo hojas y por qué no esperaba a que amaneciera?
No le sentó nada bien la pregunta a la mujer, que sobresaltada le lanzó una mirada amenazante, y apoyó el rastrillo en un castaño, empujándolo ligeramente.
Buen salto de alerta dio nuestra amiga pues el árbol cayó al momento.
No la aplastó de puro milagro.
Salió disparada hasta la iglesia, ya sin hacer ninguna parada.
Y nunca más dejaría que la curiosidad mandara sobre la lógica.
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